Después de trece años de sucesivas mejoras en su
fabricación, con 700.000 unidades rodando por el país y más de tres
millones por todo el mundo, parece difícil conocer nada nuevo del impar
600. Este reportaje prueba lo contrario.
Por si algo faltaba al Seat 600 para alcanzar la
cumbre de su popularidad, la amplia lista de sus prestaciones acaba de
enriquecerse con un nuevo capítulo. Un 600 con matrícula M-250.594,
después de hacer la nada frecuente cantidad de 158.000 kilómetros por
toda la geografía española, se dedica ahora —convertido en tractor— a
labrar tierras del pueblecito oscense de Perarrúa, cerca del parque
nacional de Ordesa, a los pies de los Pirineos.
El responsable de tan original transformación es don
José Lacambra Pueyo, un emprendedor aragonés de sesenta y cinco años.
Hijo de un herrero, el señor Lacambra tenía vocación decidida por la
mecánica. Un taller de bicicletas le sirvió para iniciarse. Después ha
trabajado en Zaragoza, en los Saltos Eléctricos de Huesca y del Alberche
y en la casa Ford, de Madrid. También tuvo un pequeño taller para
reparación de diversas máquinas de oficina.
El señor Lacambra, padre de dos hijos y abuelo de seis
nietos, reparte ahora su tiempo entre la capital de España, donde tiene
familiares, y una pequeña finca de su pueblo.
—¿Qué ha significado para usted el Seat 600?
—Simplemente le diré que después del doscientos
cincuenta mil hace un año compré otro 600, porque, sin duda, es el mejor
coche para callejear y, además, se porta muy bien en carretera. Es muy
duro.
—¿Cómo llegó aquel 600 suyo a convertirse en tractor?
—La historia es larga; era de los que primero que se
fabricaron, como ya indica su misma matrícula. Lo compré de segunda
mano. Había hecho ya cuarenta y seis mil kilómetros, que no está mal, y
non una pequeña reparación continuó corriendo hasta los ciento cincuenta
y ocho mil, sin problemas. De vez en cuando le sometía a viajes largos,
y así fue como le fui añadiendo año tras año hasta ciento doce mil
kilómetros más.
—¿Por qué lo retiró de la circulación?
—Una noche iba mi hijo al volante por la carretera
Madrid-Barcelona. A la altura de San Fernando de Henares, un coche
grande que circulaba a la máxima velocidad le dio un fuerte golpe
trasero al tomar una curva, dejándolo seriamente dañado. Sin embargo, ni
se rompieron sus cristales ni sufrió el motor, aunque el tremendo
impacto desplazó a éste varios centímetros adelante. Después del choque,
las puertas, aunque abolladas, abrían y el motor funcionaba normal.
—¿Hubo heridos?
—Ni mi hijo ni su mujer, que viajaba con él, se
llevaron más que el susto. En cambio, y esto es más curioso, los
viajeros del otro coche resultaron con algunas cortaduras al romperse
sus propios cristales. De todas formas, nada grave.
—¿Qué pasó después?
—Llevado al taller, la reparación me la presupuestaron
en treinta mil pesetas. Por su parte, el seguro lo declaró «siniestro
total», ofreciéndome por él siete mil pesetas, cantidad que yo consideré
ridícula. En consecuencia, no acepté venderlo. Pensé en su reparación
por mi cuenta, pero su alto costo me hizo desistir. Entonces se me
ocurrió, con una transformación de chapa muy bien pensada, convertirlo
en furgoneta, pero carecía de espacio para guardarlo bajo cubierto.
Incluso pensé con mis hijos hacer con él un «fórmula libre» para correr
en circuito, pero tampoco lo llevé a cabo.
—Cómo nació en usted la idea de convertirlo en tractor?
—El motor funcionaba a las mil maravillas y
francamente me daba pena arrinconarlo. Le seguí dando vueltas al asunto y
calculé que podría servirme para labrar una huerta que tengo en el
pueblo, de unas veinte áreas.
—¿Quién realizó la transformación?
—Yo mismo, guiado por unos planos que hice sobre la
marcha, en un pequeño taller, sin otros elementos que un torno, una
máquina taladradora, una piedra de esmeril, una soldadora autógena y una
cizalla.
—En la transformación de coche a tractor, ¿qué elementos del 600 le sirvieron?
—La mayor parte: el grupo motor, sistema eléctrico,
motor de arranque, volante, luces, ruedas anteriores, colectores de
escape, etcétera. Y me funciona de maravilla, sin el menor problema
hasta ahora. Algunos días hace el medio centenar de kilómetros, para
«sumar a la colección...».
—¿Su rendimiento sigue siendo satisfactorio?
—¡Magnífico! Gracias a un sistema de bomba hidráulica y
unos rodillos de aproximación que le he acoplado, el arado puede
profundizar en la tierra en cada momento lo necesario. Trabaja en
segunda velocidad, a una media de seis kilómetros por hora. Su consumo
de gasolina «normal» es muy bajo, y tan fácil y cómodo que hasta mis
nietos pequeños lo manejan.
—¿Cómo ha solucionado los problemas de
inscripción de este insólito tractor ante el Ministerio de Industria?
¿Qué marca lleva, «Lacambra»?
El aludido, sonríe y nos contesta:
—No, no; Seat, claro. Sigue con la misma matrícula que antes, como si no hubiera pasado nada.
-¿...?
Y «como si no hubiera pasado nada» nos despedimos del
señor Lacambra, un hombre en el que no se sabe si admirar más sus
magníficas dotes de artesano o su inefable modestia. A tal tractor, tal
señor.
Fuente: http://www.pruebas.pieldetoro.net/web/bricos/bricosdetal.php?brico_id=56